Ness, la leyenda maracucha
La llegada de Nésstor Laguna a las costas de
Florida pasó totalmente desapercibida para la prensa mundial. La atención de
los noticieros durante aquellos días estuvo centrada en el apuesto joven cubano
que alcanzó a tocar suelo estadounidense tras un increíble viaje de nueve horas
de duración a bordo de una tabla a vela. Nadie fue capaz de imaginar que, bajo
aquella tabla, aferrado a la quilla con su poderosa mandíbula mesozoica,
completaba el último tramo de su trayecto transatlántico un centenario
maracucho, nunca bien ponderado como el único y verdadero protagonista de la más famosa de las leyendas escocesas.
Fue precisamente durante una de estas escapadas (mientras huía de las fauces de un bagre celoso a cuya hija había estado rondando), cuando descubrió un intrincado entramado de túneles submarinos que conectaba, entre otros puntos estratégicos del mapa mundial, un anónimo y puntiagudo islote de las Antillas menores con varios de los golfos y lagos del norte de Europa. Aquella red de pasadizos subacuáticos llegó a convertirse en su secreto mejor guardado y le brindó la posibilidad de reducir drásticamente el tiempo de nado entre una y otra orilla del Atlántico, permitiéndole disfrutar a su antojo de la compañía de hembras europeas o caribeñas, así como aderezar de vez en cuando la monótona dieta de reptiles marinos que le ofrecían las heladas aguas del norte con chorreantes patacones con doble queso y salsa de ajo, circunstancias éstas que a menudo solía definir a todo gañote como “¡Lo mejor de dos mundos, papá!”.
Así fue que, a pesar de su denotada panza cervecera y su característica consistencia babosa, Nésstor comenzó a cotizarse en los litorales europeos como uno de los más codiciados latin lovers de los albores de la década del sesenta sin verse obligado a renunciar a las esporádicas visitas a sus novias de juventud y a los catorce hijos transespecie que había dejado esparcidos a lo largo de la costa venezolana.
Pero la historia guardaba un lugar especial
para él y, como a menudo ocurre en estos casos, Nésstor se topó con su destino
de un solo tanganazo.
Llegó al lago escocés que hoy lleva su nombre [1] en condiciones más que deplorables la madrugada del 14 de Enero de 1963, tras una memorable juerga en la que terminó siendo víctima de una golpiza brutal. Tan solo tres horas antes, rodeado de una entusiasta representación femenina en la barra del Cavern Pub, había escuchado a un fornido ejemplar local afirmar a viva voz que los festivales de gaita le resultaban bastante tediosos. Nesstor, exaltado por un sentimiento regionalista que le nubló la mente e ignorando que aquel grandulón se refería al instrumento musical propio de las tierras galas y no al género musical por excelencia de su amada Maracaibo, inició a la paulatina extensión de su cuello hasta posicionar sus reptilianos ojos a escasos centímetros de la cara del blasfemo.
El espécimen local, ciertamente obnubilado por
la mezcla de cerveza negra y papas fritas remojadas en salsa inglesa y limón
típica de la zona, se abalanzó sobre su escurridizo pescuezo con la intención
de estrangularlo, pero he aquí que Nésstor, quizás ante la promesa de una noche
memorable junto a sus amigas de turno, supo contenerse, mantuvo la calma y una sonrisa ladeada, limitándose a eludir los tentáculos del inglés con una
serie de serpenteantes latigazos cervicales que lograron arrancar emocionados
vítores del público presente. El
altercado no pasó de un par de sillas fracturadas; el bretón fue sacado del
lugar a empujones (al parecer no era la primera vez que mostraba
comportamientos violentos) y Nésstor, convertido en la estrella de
la noche y en el creador indiscutible del headbanging [2], prosiguió alegremente la rumba. La tenue luz de la madrugada inglesa lo encontró borracho,
abrazado a tremenda cola y cantando a viva voz “I’m the walrus” al pie de la
tarima del Cavern en la que cerraba su exitosa presentación una prometedora
banda de rock local. Nadie imaginó que
Pez Grande y su patota de resentidos lo estarían esperando a la salida, a un
par de cuadras del lugar.
Ajeno al alboroto terrestre que había causado
su aparición, Nesstor se dio a recorrer el área en busca de alguna bichita
simpática con quien compartir durante un par de meses, mientras lograba curarse
de sus heridas y reponer fuerzas para emprender el regreso a su lago
natal. No obstante, la dificultosa visión que le ofrecían aquellas aguas debido al alto contenido de turba de los suelos circundantes, le hizo imposible
lograr su objetivo. No parecían existir señales de vida interesante en el lago,
más allá de unos cuantos ejemplares de anguilas europeas, esturiones y otras
especies sin atractivo alguno. Preso del aburrimiento y sin nada mejor que
hacer, comenzó a posar de vez en cuando para la legión de papparazzis que lo
esperaba en la superficie. Con el tiempo
la atención mediática se le hizo adictiva y los meses se le fueron convirtiendo
en años. A lo largo de su estadía en
aguas escocesas, logró protagonizar cientos de primeras páginas en medios
internacionales. En algunas de ellas posó sonriente, en otras, hizo gala de su
mueca más aterradora, pero en la gran mayoría —dado el mal humor que le
producía el celibato forzoso—, lo hizo de forma grosera, sacando a relucir
sobre las aguas el estirado y circunspecto perfil de su órgano más preciado.
Finalmente, el 14 de agosto de 1983, un Nesstor malhumorado y hastiado de la vida mundana decidió volver a Maracaibo. A pesar de los pasadizos secretos el camino de vuelta no le fue fácil. A lo largo del trayecto se le hicieron evidentes la pérdida de facultades y el escaso interés que despertaba en el sexo opuesto su cada vez más fofa anatomía, por lo que al llegar a aguas venezolanas la situación emocional de Nesstor se encontraba sumamente comprometida. Por si esto fuera poco, encontró que su charco (como cariñosamente lo llamaba) había sido atravesado por un puente de hormigón, que la explotación petrolera había hecho estragos en el fondo del lago y que la lepna manchaba con su presencia las aguas y el fondo de los barcos que constantemente lo cruzaban de borde a borde. Dieciocho de sus diecinueve hijos habían partido en busca de mejores oportunidades en otras regiones y sus antiguas novias hacían vida marital con otros especímenes. Nesstor Laguna comprendió entonces que tampoco pertenecía al país que lo había visto nacer.
Comenzó a rondarle la idea de un retiro
tranquilo y anónimo en algún cayo de la Florida. Después de todo, terminar sus días en algún lago de Norteamérica o incluso en los mismísimos Everglades, le parecía un final suficientemente digno para una leyenda. Así fue como, con la carita empapada y ajeno a toda esperanza de amor, fue
recibido meses más tarde en la piscina privada de una casa de las afueras de Orlando por el más famoso de sus parientes, Gilberto
Manrique, también conocido como Gill-Man [3], quien a pesar de pertenecer a la escamosa rama de su familia
paterna, resultó ser el único de sus allegados que no se mostró resbaloso a la hora
de ofrecerle una pata en respaldo a esa idea loca que se le había instalado
entre ojo y ojo.
Gilberto lo recibió con una botella de escocés y un par de raciones de bananos congelados marca Wallmart, marcando sin saber, el inicio de una nueva etapa en la vida de La leyenda del lago Ness. Si bien el gran Nesstor había entrado en los Estados Unidos en calidad de indocumentado y sin más expectativas que hundirse en algún pantano de la Florida, aún le quedaban, al menos, unos cincuenta años dorados por delante. Y la tierra de las posibilidades infinitas guardaba nuevos planes para él.
@cristinnadez
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1 A pesar de que no lo reseña la historia oficial, es necesario acotar que antes de la llegada de Nesstor, el lago hoy conocido como Ness se conocía con el nombre de "Lake Invern".
2 Movimiento que consiste en sacudir violentamente la cabeza al ritmo de la música, principalmente utilizado por los seguidores del heavy metal.
3 Ver "Hollywood y el injusto caso de Gilberto Manrique" https://transtextos.springrolls.site/cristinadezordo/hollywood-y-el-injusto-caso-de-gilberto-manrique/
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