Ness, la leyenda maracucha



    La llegada de Nésstor Laguna a las costas de Florida pasó totalmente desapercibida para la prensa mundial. La atención de los noticieros durante aquellos días estuvo centrada en el apuesto joven cubano que alcanzó a tocar suelo estadounidense tras un increíble viaje de nueve horas de duración a bordo de una tabla a vela. Nadie fue capaz de imaginar que, bajo aquella tabla, aferrado a la quilla con su poderosa mandíbula mesozoica, completaba el último tramo de su trayecto transatlántico un centenario maracucho, nunca bien ponderado como el único y verdadero protagonista de la más famosa de las leyendas escocesas.

     Contrario a lo que siempre se empeñó en difundir el imaginario local, Nésstor (así, con doble “s”, tal como fue presentado ante el registrador de su parroquia natal) o Nessy (como tan afeminadamente se dieron en llamarlo los highlanders que gustaban vestir de vez en cuando con falditas de tartán), no fue originario, ni mucho menos huésped permanente de los territorios gaélicos. Muy lejos de ello, sus orígenes ancestrales se circunscribían a las pantanosas ciénagas del Lago Coquivacoa —el segundo más antiguo del planeta—, situado en la región conocida como Maracaibo, al extremo occidental del territorio venezolano. Fue en esas aguas, preñadas de sedimentos y restos orgánicos, donde dio sus primeros aletazos siendo un rechonchito y alegre bebé, al igual que siglos antes lo habían hecho sus padres, abuelos y tatarabuelos. No obstante, sus dotes de aventurero, bohemio y seductor, hicieron de la suya una historia bastante más animosa que la de sus sedentarios ancestros.

     Si bien su infancia transcurrió serena en la pueblerina zona lacustre de principios del siglo XIX, donde creció rodeado de manatíes, delfines y otros primos lejanos, siendo apenas un adolescente de ciento venticinco años de edad, las corporaciones petroleras comenzaron a dragar el fondo del lago muy cerca de la formación rocosa que durante décadas había fungido como su hogar, lo que hizo que el joven Nesstor comenzara a plantearse la necesidad de nuevas posibilidades de futuro más allá de su zona de compost. El empujón que necesitaba para dejar atrás su lago natal lo obtuvo una calurosa noche de agosto cuando se despojó con ganas de su piel de cría tras involucrarse en un juego húmedo y resbaloso con un par de sirenas suecas que asomaron por aguas tropicales durante unas alocadas vacaciones de verano. A raíz de aquel contacto con el dúo de valquirias  —enamoradizo y calenturioso como era—, Nesstor comenzó a realizar viajes cada vez más distantes en busca de nuevos encuentros con rubios y voluptuosos ejemplares femeninos.  

    Fue precisamente durante una de estas escapadas (mientras huía de las fauces de un bagre celoso a cuya hija había estado rondando), cuando descubrió un intrincado entramado de túneles submarinos que conectaba, entre otros puntos estratégicos del mapa mundial, un anónimo y puntiagudo islote de las Antillas menores con varios de los golfos y lagos del norte de Europa.  Aquella red de pasadizos subacuáticos llegó a convertirse en su secreto mejor guardado y le brindó la posibilidad de reducir drásticamente el tiempo de nado entre una y otra orilla del Atlántico, permitiéndole disfrutar a su antojo de la compañía de hembras europeas o caribeñas, así como aderezar de vez en cuando la monótona dieta de reptiles marinos que le ofrecían las heladas aguas del norte con chorreantes patacones con doble queso y salsa de ajo, circunstancias éstas que a menudo solía definir a todo gañote como “¡Lo mejor de dos mundos, papá!”. 

    Así fue que, a pesar de su denotada panza cervecera y su característica consistencia babosa, Nésstor comenzó a cotizarse en los litorales europeos como uno de los más codiciados latin lovers de los albores de la década del sesenta sin verse obligado a renunciar a las esporádicas visitas a sus novias de juventud y a los catorce hijos transespecie que había dejado esparcidos a lo largo de la costa venezolana.

     Durante aquellos maravillosos años de jolgorios subacuáticos, Nesstor Laguna descubrió su pasión por las aguas heladas y los efluvios alcohólicos típicos de las comarcas del norte y llegó a convertirse —en pleno uso de su caudal tropical y exuberante anatomía—, en el bailarín más deseado de la fosa marina y sus alrededores. Se hizo común encontrarlo bebido y alebrestado a altas horas de la noche en medio de improvisadas pistas de baile en las más oscuras y húmedas tabernas anglosajonas.

    Pero la historia guardaba un lugar especial para él y, como a menudo ocurre en estos casos, Nésstor se topó con su destino de un solo tanganazo.

    Llegó al lago escocés que hoy lleva su nombre [1] en condiciones más que deplorables la madrugada del 14 de Enero de 1963, tras una memorable juerga en la que terminó siendo víctima de una golpiza brutal. Tan solo tres horas antes, rodeado de una entusiasta representación femenina en la barra del Cavern Pub, había escuchado a un fornido ejemplar local afirmar a viva voz que los festivales de gaita le resultaban bastante tediosos. Nesstor, exaltado por un sentimiento regionalista que le nubló la mente e ignorando que aquel grandulón se refería al instrumento musical propio de las tierras galas y no al género musical por excelencia de su amada Maracaibo, inició a la paulatina extensión de su cuello hasta posicionar sus reptilianos ojos a escasos centímetros de la cara del blasfemo.

     Marrrdito Big Fish —lo increpó entonces, con voz áspera y mirada amenazante—. Vos no sabeis lo que es bueno, no joda.

    El espécimen local, ciertamente obnubilado por la mezcla de cerveza negra y papas fritas remojadas en salsa inglesa y limón típica de la zona, se abalanzó sobre su escurridizo pescuezo con la intención de estrangularlo, pero he aquí que Nésstor, quizás ante la promesa de una noche memorable junto a sus amigas de turno, supo contenerse, mantuvo la calma y una sonrisa ladeada, limitándose a eludir los tentáculos del inglés con una serie de serpenteantes latigazos cervicales que lograron arrancar emocionados vítores del público presente.  El altercado no pasó de un par de sillas fracturadas; el bretón fue sacado del lugar a empujones (al parecer no era la primera vez que mostraba comportamientos violentos) y Nésstor, convertido en la estrella de la noche y en el creador indiscutible del headbanging [2], prosiguió alegremente la rumba. La tenue luz de la madrugada inglesa lo encontró borracho, abrazado a tremenda cola y cantando a viva voz “I’m the walrus” al pie de la tarima del Cavern en la que cerraba su exitosa presentación una prometedora banda de rock local.  Nadie imaginó que Pez Grande y su patota de resentidos lo estarían esperando a la salida, a un par de cuadras del lugar.

     Fue un ataque cobarde. Se desplazaba zigzagueante muy cerca de los embarcaderos del río Mersey cuando cinco escamosos individuos vistiendo chalecos de piel negra y afiladas púas, lo rodearon sorpresivamente y le prodigaron una zurra salvaje. Lo último que recuerda de aquella escena es el brillo chirriante de una navaja de pescadero y las risas miserables de sus agresores mientras lo amenazaban con venderlo por trozos a un restaurant japonés. Fue en ese momento cuando escuchó, a lo lejos, el dulce canto de una sirena.  ¡Era la policía! Entonces supo que la vida le daría otra oportunidad. En cuestión de segundos, Big Fish y sus amigos se desvanecieron doblando la esquina y Nésstor logró alcanzar el borde del muelle para dejarse caer en las aguas del embarcadero.  Como pudo se arrastró con dificultad entre caracoles y colillas de cigarro.  Estaba casi seguro de que la zona guardaba la entrada a uno de los pasadizos subacuáticos, pues había reconocido el paisaje lacustre característico de las embocaduras de los túneles, por lo que utilizó sus últimas fuerzas para explorar los alrededores. Finalmente logró hallar la enorme grieta.  La traspasó con confianza y se dejó llevar por la corriente. Aquella noche, bajo la luna gris, soñó que regresaba a Maracaibo.

     Seis horas después, hinchado y confundido tras la salvaje golpiza de la que había sido víctima, abrió los ojos.  El ambiente a su alrededor era extraño y turbio. Por un momento se imaginó cautivo en una especie de tenebrosa mazmorra subacuática, por lo que anduvo explorando los alrededores antes de decidirse a nadar hacia la superficie.  Tras varios minutos de nado en vertical en los que en ningún momento halló rastro alguno de luz solar, se topó sorpresivamente con el mundo exterior: por un lado vislumbró las mohosas piedras de un castillo en ruinas. Por el otro, el imponente lente de acercamiento de una cámara Nikon que le disparaba decidido desde la cubierta de un barco a motor. Nesstor no estaba para más problemas, así que se giró sobre la aleta dorsal y se escabulló como un torpedo en caída libre, agitando las espesas aguas del lago.  Aquel lente, perteneciente a un conocido investigador local que había pasado gran parte de su vida probando la falsedad de las imágenes presentadas hasta entonces por decenas de personas, había logrado captar la primera imagen verdadera y cien por ciento verificable de una extraña criatura emergiendo sobre la superficie del lago que en adelante sería conocido como el lago Ness.

     La noticia acerca de un nuevo avistamiento del “monstruo” (así lo continuó denominando el Inverness Courier a pesar de su innegable sex appeal latino) se convirtió, de la noche a la mañana, en una sensación mediática. Periodistas de todos los rincones del planeta enviaron corresponsales a la zona para lograr la exclusiva y entrevistar al hombre que habría logrado la primera fotografía nítida y comprobable de la legendaria criatura. En cuestión de horas miles de focos apuntaban al lago como cañones expectantes al tiempo que la ciudad se llenaba de curiosos, fenómeno que no sucedía en la zona desde 1934.

    Ajeno al alboroto terrestre que había causado su aparición, Nesstor se dio a recorrer el área en busca de alguna bichita simpática con quien compartir durante un par de meses, mientras lograba curarse de sus heridas y reponer fuerzas para emprender el regreso a su lago natal.  No obstante, la dificultosa visión que le ofrecían aquellas aguas debido al alto contenido de turba de los suelos circundantes, le hizo imposible lograr su objetivo. No parecían existir señales de vida interesante en el lago, más allá de unos cuantos ejemplares de anguilas europeas, esturiones y otras especies sin atractivo alguno. Preso del aburrimiento y sin nada mejor que hacer, comenzó a posar de vez en cuando para la legión de papparazzis que lo esperaba en la superficie.  Con el tiempo la atención mediática se le hizo adictiva y los meses se le fueron convirtiendo en años.  A lo largo de su estadía en aguas escocesas, logró protagonizar cientos de primeras páginas en medios internacionales. En algunas de ellas posó sonriente, en otras, hizo gala de su mueca más aterradora, pero en la gran mayoría —dado el mal humor que le producía el celibato forzoso—, lo hizo de forma grosera, sacando a relucir sobre las aguas el estirado y circunspecto perfil de su órgano más preciado.

    Finalmente, el 14 de agosto de 1983, un Nesstor malhumorado y hastiado de la vida mundana decidió volver a Maracaibo. A pesar de los pasadizos secretos el camino de vuelta no le fue fácil.  A lo largo del trayecto se le hicieron evidentes la pérdida de facultades y el escaso interés que despertaba en el sexo opuesto su cada vez más fofa anatomía, por lo que al llegar a aguas venezolanas la situación emocional de Nesstor se encontraba sumamente comprometida. Por si esto fuera poco, encontró que su charco (como cariñosamente lo llamaba) había sido atravesado por un puente de hormigón, que la explotación petrolera había hecho estragos en el fondo del lago y que la lepna manchaba con su presencia las aguas y el fondo de los barcos que constantemente lo cruzaban de borde a borde. Dieciocho de sus diecinueve hijos habían partido en busca de mejores oportunidades en otras regiones y sus antiguas novias hacían vida marital con otros especímenes. Nesstor Laguna comprendió entonces que tampoco pertenecía al país que lo había visto nacer.

    Comenzó a rondarle la idea de un retiro tranquilo y anónimo en algún cayo de la Florida. Después de todo, terminar sus días en algún lago de Norteamérica o incluso en los mismísimos Everglades, le parecía un final suficientemente digno para una leyenda. Así fue como, con la carita empapada y ajeno a toda esperanza de amor, fue recibido meses más tarde en la piscina privada de una casa de las afueras de Orlando por el más famoso de sus parientes, Gilberto Manrique, también conocido como Gill-Man [3], quien a pesar de pertenecer a la escamosa rama de su familia paterna, resultó ser el único de sus allegados que no se mostró resbaloso a la hora de ofrecerle una pata en respaldo a esa idea loca que se le había instalado entre ojo y ojo.

    Gilberto lo recibió con una botella de escocés y un par de raciones de bananos congelados marca Wallmart, marcando sin saber, el inicio de una nueva etapa en la vida de La leyenda del lago Ness. Si bien el gran Nesstor había entrado en los Estados Unidos en calidad de indocumentado y sin más expectativas que hundirse en algún pantano de la Florida, aún le quedaban, al menos, unos cincuenta años dorados por delante. Y la tierra de las posibilidades infinitas guardaba nuevos planes para él.


@cristinnadez


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1  A pesar de que no lo reseña la historia oficial, es necesario acotar que antes de la llegada de Nesstor, el lago hoy conocido como Ness se conocía con el nombre de "Lake Invern". 

2  Movimiento que consiste en sacudir violentamente la cabeza al ritmo de la música, principalmente utilizado por los seguidores del heavy metal.

3 Ver "Hollywood y el injusto caso de Gilberto Manrique"  https://transtextos.springrolls.site/cristinadezordo/hollywood-y-el-injusto-caso-de-gilberto-manrique/


SUENA EN EL BAR


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